viernes, julio 14, 2006

Capítulo 25

Simona está helada. Su cuerpo no para de tiritar y sus dientes de entrechocarse, desearía que la hubieran amordazado para no tener que escuchar el desesperante rechinar. Pero además de aturdirla, va pronunciando cada vez más su contractura maxilar que se refleja en mareos y un intenso dolor de cabeza.
Ya ha renunciado a todo intento de zafar sus muñecas; sus esfuerzos sólo le han provocado heridas, que aunque ella no puede ver, siente milímetro a milímetro el dolor y percibe en la piel la tirantez de su sangre congelada. Su rostro asemeja el de una estatua de cera derretida, con sus kilométricas lágrimas y la secreción de su nariz como estalactitas. Sus ojos ya no pueden mantenerse abiertos. Hace horas que no prueba bocado. No tiene noción del tiempo que ha pasado desde que está allí encerrada. Pero eso le da lo mismo, ahora sólo quiere salir.

martes, julio 11, 2006

Capítulo 24

Una vez que transpone la puerta, deja el paquete en el recibidor y pasa a la sala, donde se deja caer en el sofá. Necesita pensar, fríamente si es posible, pero tiene la mente revolucionada y no puede concentrarse. Abre la mano y en su palma la tímida llave roja muestra su inquietante presencia. ¿Cómo llegó esto a mi poder? ¿Por qué lo tengo yo?, se pregunta inútilmente sin darse cuenta que el destino siempre depara una sorpresa.

Como una estatua permanece Gedeón en el sofá, pensando, cavilando qué hacer. Las horas transcurren, pero él está siempre en lo mismo, girando sobre un mismo tema, analizando los efectos de sus posibles acciones.

¡Maldita sea!, grita y se yergue. Se dirige al baño para lavarse la cara y despejarse de su embotamiento. Sus ojos se encuentran con el reflejo de su mirada. ¿En quién me he convertido?

jueves, julio 06, 2006

Capítulo 23

El día en la oficina ha sido excesivamente largo. Gedeón no ha parado de maquinar una y otra vez lo que tiene grabado en sus pupilas y en sus tímpanos. Introduce la mano en su bolsillo derecho para alcanzar las llaves de su casa y en aquel movimiento de permitir que el llavero vea la luz, cae una pequeña llavecita de color rojizo al suelo. Él se ha quedado petrificado, no se lo explica. ¿Cómo llegó esto a mi bolsillo?... ¡Y cómo me late la cabeza! Sus preocupaciones son interrumpidas por el portero que mientras aparece sobre el último peldaño de la escalera, le extiende un paquete.
–Señor Holzman, vinieron a traerle este paquete, y como está certificado me ofrecí a firmar el recibo.
–Sí, sí, gracias -contesta Gedeón sin siquiera dirigirle la mirada-.
–Perdone, no quiero ser entrometido, pero ¿se siente bien?
–¡Claro que me siento bien! ¿Por qué hoy todo el mundo se empeña en conocer mi vida? ¡Váyase! Hágame el favor...
El encargado del edificio se queda pasmado ante tal reacción, se da media vuelta como un perro con la cola entre las patas mientras rezonga por lo bajo: “Prefiero al Holzman educado” y desciende la escalera murmurando lleno de rabia:
–¡Será posible! Sobre que uno se toma molestias que no le corresponden y se preocupa por la gente así te lo pagan! ¡Pero por qué no se va a donde mejor le venga!