martes, febrero 20, 2007
miércoles, diciembre 20, 2006
Capítulo 26

Simona está desmayada, recostada. Su rostro es casi irreconocible. El cansancio del encierro la ha derrumbado y no puede despertarse.
El visitante se aleja, huye de aquel encierro, temeroso de lo que pudiera pasar si se queda más tiempo ahí.
La noche se avecina en la ciudad, y las sombras vuelven a sumergirse en la helada celda de Simona.
viernes, julio 14, 2006
Capítulo 25
Ya ha renunciado a todo intento de zafar sus muñecas; sus esfuerzos sólo le han provocado heridas, que aunque ella no puede ver, siente milímetro a milímetro el dolor y percibe en la piel la tirantez de su sangre congelada. Su rostro asemeja el de una estatua de cera derretida, con sus kilométricas lágrimas y la secreción de su nariz como estalactitas. Sus ojos ya no pueden mantenerse abiertos. Hace horas que no prueba bocado. No tiene noción del tiempo que ha pasado desde que está allí encerrada. Pero eso le da lo mismo, ahora sólo quiere salir.
martes, julio 11, 2006
Capítulo 24

Una vez que transpone la puerta, deja el paquete en el recibidor y pasa a la sala, donde se deja caer en el sofá. Necesita pensar, fríamente si es posible, pero tiene la mente revolucionada y no puede concentrarse. Abre la mano y en su palma la tímida llave roja muestra su inquietante presencia. ¿Cómo llegó esto a mi poder? ¿Por qué lo tengo yo?, se pregunta inútilmente sin darse cuenta que el destino siempre depara una sorpresa.
Como una estatua permanece Gedeón en el sofá, pensando, cavilando qué hacer. Las horas transcurren, pero él está siempre en lo mismo, girando sobre un mismo tema, analizando los efectos de sus posibles acciones.
¡Maldita sea!, grita y se yergue. Se dirige al baño para lavarse la cara y despejarse de su embotamiento. Sus ojos se encuentran con el reflejo de su mirada. ¿En quién me he convertido?jueves, julio 06, 2006
Capítulo 23
–Señor Holzman, vinieron a traerle este paquete, y como está certificado me ofrecí a firmar el recibo.
–Sí, sí, gracias -contesta Gedeón sin siquiera dirigirle la mirada-.
–Perdone, no quiero ser entrometido, pero ¿se siente bien?
–¡Claro que me siento bien! ¿Por qué hoy todo el mundo se empeña en conocer mi vida? ¡Váyase! Hágame el favor...
El encargado del edificio se queda pasmado ante tal reacción, se da media vuelta como un perro con la cola entre las patas mientras rezonga por lo bajo: “Prefiero al Holzman educado” y desciende la escalera murmurando lleno de rabia:
–¡Será posible! Sobre que uno se toma molestias que no le corresponden y se preocupa por la gente así te lo pagan! ¡Pero por qué no se va a donde mejor le venga!
jueves, junio 22, 2006
Capítulo 22

Lentamente se acostumbra a la penumbra del lugar. Es un cuarto gris, vacío, se le antoja una cámara frigorífica. Las paredes parecen de acero, frías, muertas.
Simona desea gritar, pero a medida que despierta el terror se apodera de ella. Qué es lo que ha ocurrido, se pregunta. Le parece que nada tiene sentido, pero sin embargo, esa situación le resulta extrañamente familiar.
Capítulo 21
Simona hoy no ha ido a trabajar. Está encerrada en su cuarto, sin apetito, sin voluntad. Por más que se esfuerza, no logra recordar lo ocurrido la noche pasada. Ni siquiera ha atinado a recoger el cuchillo que yace en el suelo, aún teñido con el color oxidado de la sangre.
La habitación es un caos, una representación de sus pensamientos. Se arroja en la cama y sus lamentos se apagan contra el colchón. Se queda allí, tendida, exhausta de tanto llanto y se duerme sobre la tibia humedad de su respiración.
Un ruido la despierta. No sabe qué hora es, ni qué parte de sus recuerdos han sido sueños. La habitación está oscura y una segunda silueta se mueve allí dentro. Simona no alcanza a ver, pero siente el movimiento del aire. El impacto da de lleno en su cara.
martes, junio 20, 2006
Capítulo 20
Capítulo 19
Alguien golpea la puerta.
–Señor, hace un momentito trajeron un adelanto del pedido de tinta que tenemos pendiente, ¿se lo alcanzo?
–¡No! ¿para qué quiero eso ahora? Quédeselo y que no me moleste nadie.
Esta conversación a voz alzada, con la puerta excepcional y muy descortésmente cerrada con llave, en lugar de servirle a la señorita para calmar su preocupación por su jefe, aumenta el desconcierto y la impotencia ante una situación que en sus cuatro años de secretariado nunca hubiera sospechado ni por asomo en el Sr. Holzman.
–“¿Qué le ha pasado hoy a tu corbata?” ... y ese maldito detective... –transpira Gedeón con sus ojos desaforados.