martes, febrero 20, 2007

Capítulo 27

Quizá se trate de una pesadilla, quizá sea la cruda realidad. El hambre y el frío la han debilitado tanto que no comprende qué es lo que sucede a su alrededor, todo se ve muy borroso, incluso un bulto marrón a unos metros de ella. ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Por qué?... Lentamente Simona se incorpora y se acerca con cierta desconfianza a lo que comienza a parecerse a un bolso de cuero. Mientras intenta abrigarse con sus heladas y huesudas manos, atina a darle un puntapié a su hallazgo. El bolso no opone resistencia. Su ligereza provoca en Simona una brusca sensación de ansiedad por buscar algo de ropa. Al abrir el bolso, comprende que aquella pesadilla aún no ha llegado a su fin. Encuentra un conjunto de ropa interior de encaje y un chal de seda que le resultan familiares. Escondida debajo de las prendas, reposa una carta.

miércoles, diciembre 20, 2006

Capítulo 26

Apenas se le ven los ojos detrás de la máscara de payaso, pero el horror de la situación se refleja en su mirada. Deja un bolso de cuero marrón en el suelo y se acerca a ella sigiloso. Le acaricia levemente la cabellera y le acomoda el pelo detrás de la oreja para observarla bien, en un gesto que podría confundirse con amor. Le quita las cadenas.
Simona está desmayada, recostada. Su rostro es casi irreconocible. El cansancio del encierro la ha derrumbado y no puede despertarse.
El visitante se aleja, huye de aquel encierro, temeroso de lo que pudiera pasar si se queda más tiempo ahí.
La noche se avecina en la ciudad, y las sombras vuelven a sumergirse en la helada celda de Simona.

viernes, julio 14, 2006

Capítulo 25

Simona está helada. Su cuerpo no para de tiritar y sus dientes de entrechocarse, desearía que la hubieran amordazado para no tener que escuchar el desesperante rechinar. Pero además de aturdirla, va pronunciando cada vez más su contractura maxilar que se refleja en mareos y un intenso dolor de cabeza.
Ya ha renunciado a todo intento de zafar sus muñecas; sus esfuerzos sólo le han provocado heridas, que aunque ella no puede ver, siente milímetro a milímetro el dolor y percibe en la piel la tirantez de su sangre congelada. Su rostro asemeja el de una estatua de cera derretida, con sus kilométricas lágrimas y la secreción de su nariz como estalactitas. Sus ojos ya no pueden mantenerse abiertos. Hace horas que no prueba bocado. No tiene noción del tiempo que ha pasado desde que está allí encerrada. Pero eso le da lo mismo, ahora sólo quiere salir.

martes, julio 11, 2006

Capítulo 24

Una vez que transpone la puerta, deja el paquete en el recibidor y pasa a la sala, donde se deja caer en el sofá. Necesita pensar, fríamente si es posible, pero tiene la mente revolucionada y no puede concentrarse. Abre la mano y en su palma la tímida llave roja muestra su inquietante presencia. ¿Cómo llegó esto a mi poder? ¿Por qué lo tengo yo?, se pregunta inútilmente sin darse cuenta que el destino siempre depara una sorpresa.

Como una estatua permanece Gedeón en el sofá, pensando, cavilando qué hacer. Las horas transcurren, pero él está siempre en lo mismo, girando sobre un mismo tema, analizando los efectos de sus posibles acciones.

¡Maldita sea!, grita y se yergue. Se dirige al baño para lavarse la cara y despejarse de su embotamiento. Sus ojos se encuentran con el reflejo de su mirada. ¿En quién me he convertido?

jueves, julio 06, 2006

Capítulo 23

El día en la oficina ha sido excesivamente largo. Gedeón no ha parado de maquinar una y otra vez lo que tiene grabado en sus pupilas y en sus tímpanos. Introduce la mano en su bolsillo derecho para alcanzar las llaves de su casa y en aquel movimiento de permitir que el llavero vea la luz, cae una pequeña llavecita de color rojizo al suelo. Él se ha quedado petrificado, no se lo explica. ¿Cómo llegó esto a mi bolsillo?... ¡Y cómo me late la cabeza! Sus preocupaciones son interrumpidas por el portero que mientras aparece sobre el último peldaño de la escalera, le extiende un paquete.
–Señor Holzman, vinieron a traerle este paquete, y como está certificado me ofrecí a firmar el recibo.
–Sí, sí, gracias -contesta Gedeón sin siquiera dirigirle la mirada-.
–Perdone, no quiero ser entrometido, pero ¿se siente bien?
–¡Claro que me siento bien! ¿Por qué hoy todo el mundo se empeña en conocer mi vida? ¡Váyase! Hágame el favor...
El encargado del edificio se queda pasmado ante tal reacción, se da media vuelta como un perro con la cola entre las patas mientras rezonga por lo bajo: “Prefiero al Holzman educado” y desciende la escalera murmurando lleno de rabia:
–¡Será posible! Sobre que uno se toma molestias que no le corresponden y se preocupa por la gente así te lo pagan! ¡Pero por qué no se va a donde mejor le venga!

jueves, junio 22, 2006

Capítulo 22

Percibe el dolor punzante en su cara; la siente del doble de su tamaño. Mover la boca le cuesta tanto que no atina a pronunciar palabra. Se da cuenta de que hace frío y repentinamente es conciente de su desnudez. Intenta moverse pero la fuerte presión de las cadenas en sus muñecas se lo impide.

Lentamente se acostumbra a la penumbra del lugar. Es un cuarto gris, vacío, se le antoja una cámara frigorífica. Las paredes parecen de acero, frías, muertas.

Simona desea gritar, pero a medida que despierta el terror se apodera de ella. Qué es lo que ha ocurrido, se pregunta. Le parece que nada tiene sentido, pero sin embargo, esa situación le resulta extrañamente familiar.

Capítulo 21

Simona hoy no ha ido a trabajar. Está encerrada en su cuarto, sin apetito, sin voluntad. Por más que se esfuerza, no logra recordar lo ocurrido la noche pasada. Ni siquiera ha atinado a recoger el cuchillo que yace en el suelo, aún teñido con el color oxidado de la sangre.

La habitación es un caos, una representación de sus pensamientos. Se arroja en la cama y sus lamentos se apagan contra el colchón. Se queda allí, tendida, exhausta de tanto llanto y se duerme sobre la tibia humedad de su respiración.

Un ruido la despierta. No sabe qué hora es, ni qué parte de sus recuerdos han sido sueños. La habitación está oscura y una segunda silueta se mueve allí dentro. Simona no alcanza a ver, pero siente el movimiento del aire. El impacto da de lleno en su cara.

martes, junio 20, 2006

Capítulo 20

–Tendría que haberme duchado. Maldito el momento en el que en lugar de abrir la ducha me dejé llevar por mi despecho... ni siquiera sé qué esperaba ver... maldita desagradecida... –Desplomado en su sillón, Gedeón solloza tomándose la cabeza con ambas manos, recuerda todo como se recuerda un sueño: sombras, colores y sonidos estridentes, pero sin certezas ni claridad. Esa madrugada había decidido entrar a hurtadillas en la vivienda de Simona a corroborar con sus propios ojos, aquello que en sus sospechas y en las fotos aún no acababa de creer. Sólo recordaba la ropa que había visto tirada por el suelo, más allá la cabellera de Simona, y la voz de un hombre que cada cinco o seis palabras reía... una risita desesperante. Luego sólo recordaba el portazo que había dado al regresar a su casa, pero no lograba hacerse una noción del tiempo que había pasado sentado en el suelo contra la puerta con la mente en blanco.

Capítulo 19

Encerrado en su despacho como una bestia en su jaula, Gedeón no para de sentir cómo la inquietud sube y baja por sus venas golpeando sus sienes. Necesita ver las cosas con claridad y frialdad, pero dadas las circunstancias resulta imposible.
Alguien golpea la puerta.
–Señor, hace un momentito trajeron un adelanto del pedido de tinta que tenemos pendiente, ¿se lo alcanzo?
–¡No! ¿para qué quiero eso ahora? Quédeselo y que no me moleste nadie.
Esta conversación a voz alzada, con la puerta excepcional y muy descortésmente cerrada con llave, en lugar de servirle a la señorita para calmar su preocupación por su jefe, aumenta el desconcierto y la impotencia ante una situación que en sus cuatro años de secretariado nunca hubiera sospechado ni por asomo en el Sr. Holzman.
–“¿Qué le ha pasado hoy a tu corbata?” ... y ese maldito detective... –transpira Gedeón con sus ojos desaforados.